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La mujer no es divina

Si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, en nuestra cultura la mujer está lejos de la divinidad. El filósofo francés Michel Foucault, en sus libros Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas (1966) y La arqueología del saber (1969), insistía en la necesidad de hacer una «arqueología» de las palabras que permitiera entender la raíz del lenguaje y, de este modo, comprender el origen de ciertos prejuicios y preconceptos que, de un modo u otro, han configurado y aún determinan la existencia humana. Nuestro pensamiento es lenguaje, al fin y al cabo. Por ello, hemos investigado sobre el origen de la palabra «femenino».

En la Edad Media se creó una etimología de fémina que aseguraba que este vocablo latino derivaba de fides ‘fe’ y minus ‘menos’. Aunque es falsa, recoge la ideología de la época, en la que se argumentaba que la mujer es un ser inferior al hombre y, por tanto, con menos fe que éste. Se aleja así a la mujer de lo divino y se la identifica con la naturaleza, mientras que el hombre es casi Dios.

La teóloga alemana Uta Ranke-Heinemann expone que otras implicaciones de esta acepción del término fémina son que la mujer, por «no ser semejante a Dios», tiende a conservar menos la fe y en consecuencia es más «proclive a la incredulidad». Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero la mujer no posee estos mismos dones y, por tanto, no está tan cerca del reino de los cielos. No es divina.[1]

En mi opinión, por eso ha sido tan relevante recuperar a las diosas que hay en cada una de nosotras. Nos devuelve al mundo de lo sagrado, del que fuimos excluidas perdiendo nuestro valor intrínseco y nuestros derechos. Para la mujer, significó la prohibición de ejercer su poder, de trascenderse y conectarse con algo más grande que ella misma.[2]

Algunos expertos llegan a la conclusión de que el origen de «femenino» —relativo a la mujer, al sexo o género femenino— proviene del adjetivo latino femininus, diminutivo de fémina, que a su vez procede de la unión de dos antiguos elementos indoeuropeos, el participio presente de la raíz *dhe- ‘amamantar, mamar’ y el participio medio -meno. Por tanto, etimológicamente, femina significa «la que amamanta o da de mamar» y deriva de un verbo caído en desuso que dio lugar también a fecundus ‘fecundo’, filius ‘hijo’ y felix ‘feliz’, formas que han pervivido.[3]

[1] Ranke-Heinemann, Uta. Eunucos por el reino de los cielos: Iglesia católica y sexualidad. Madrid: Trotta, 1994.

[2] Véanse Bolen, Jean Shinoda. Las diosas de cada mujer. Barcelona: Kairós, 2013 y Whitmon, op. cit. Estas dos obras nos devuelven, en cierta medida, este vínculo con nuestra parte divina.

[3] Véase Ernout, A. y Meillet, A. Dictionnaire étymologique de la langue latine. Histoire des mots. París: Librairie C. Klincksieck, 1932, s. v. fecundus y femina.

Este texto forma parte de libro ‘Nacidas para el placer’ (Editorial Rigden-Institut Gestalt) que escribí con la colaboración de Silvia Díez.
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