Cada época y cada civilización se caracterizan por una enfermedad, y en este siglo XXI son las afecciones neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) las que llaman la atención por su importante incidencia. Para el filósofo Byung-Chul Han, estos trastornos surgen de nuestro exceso de positividad, que esconde una enorme violencia contra el individuo enraizada dentro de la misma persona por el sistema y que nos lleva a la sociedad del cansancio. Estamos en una época en la que se hace un culto extremo a la capacidad de rendir, cada uno de nosotros solo cuenta en función de su resultado. Ya no somos sujetos de obediencia, sino de rendimiento, emprendedores en sí mismos porque se nos ha convencido de que si queremos, podemos, que somos capaces de todo y que todo depende de nosotros.
El sujeto de rendimiento resulta mucho más efectivo, rápido y productivo que el de obediencia «porque ya ha pasado por la fase disciplinaria y no se produce ninguna ruptura entre el deber y el poder, sino una continuidad», afirma Han. [1] En este contexto en que todo es posible y todo depende exclusivamente del poder y la voluntad del individuo, el fracasado no tiene un espacio. Surge el deprimido resultado del esfuerzo que supone estar sujeto de manera permanente a la presión de devenir uno mismo. El sociólogo e investigador francés Alain Ehrenberg considera la depresión como la expresión patológica del fracaso del hombre tardomoderno de devenir él mismo, pero también como la manifestación de una carencia de vínculos propia de la fragmentación y atomización sociales que conduce a la depresión derivada del aislamiento. [2]
Según Han, cuando la época bacterial ha tocado a su fin gracias a la aparición de los antibióticos, estas enfermedades neuronales constituyen la respuesta a la presión por rendir. El hombre moderno se explota a sí mismo de manera voluntaria y sin necesidad de coacción externa convirtiéndose en víctima y verdugo al mismo tiempo. Estamos dentro del paradigma en el que nada es imposible y el «no-poder-poder-más» conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. [3]
En este exceso de positividad y de actividad aparece la depresión acompañada de una falta de atención profunda porque no es posible la relajación, hay demasiados frentes que atender. Y sin la posibilidad de relajación se pierde el don de la escucha. La comunidad está compuesta por miembros autistas siempre activos que no pueden desarrollar la capacidad de atender de una forma profunda y contemplativa como resultado de su hiperactividad constante.
En este contexto olvidamos que solo tolerando el aburrimiento y el vacío seremos capaces de crear algo nuevo. Ocupados siempre en perseguir un objetivo, descuidamos que el placer de hacer sin más, de vivir fluyendo sin esperar nada a cambio. Por ejemplo, nos olvidamos de bailar, un movimiento que se sustrae completamente al principio del rendimiento. Sabemos tener y hacer, pero no sabemos simplemente ser. Decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900):
Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie. En ninguna época, se han cotizado más los activos, es decir, los desasosegados. Cuéntase, por tanto, entre las correcciones necesarias que deben hacérsele al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del elemento contemplativo. [4]
Es la acción lo que adquiere una dimensión religiosa en nuestra sociedad actual. Los milagros son originados por ella. En palabras de Han, estamos ante el animal laborans, hiperactivo e hiperneurótico.
Todas las actividades humanas se han reducido al ámbito del trabajo porque más allá nada es constante ni duradero y, ante esta falta de ser, surgen el nerviosismo y la intranquilidad. El yo está aislado. Somos como muertos vivientes que carecen de alma. El ritmo acelerado en el que estamos sumergidos nos desvincula de nuestra esencia y está directamente ligado a la falta de ser. La sociedad de trabajo y rendimiento no es libre porque produce nuevas obligaciones. Y, sin embargo, hay que tener presente las palabras de Catón citadas por Han:
Nos olvidamos de que nunca está nadie más activo cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo. [5]
También en este aceleramiento en el que no cabe el placer sosegado se hace imposible la expresión de la rabia que tiene la facultad de interrumpir un estado y posibilitar que comience otro nuevo. La creciente positivización del mundo hace que esta sociedad se vuelva pobre en estados de excepción, se mitigan los sentimientos como el miedo o la tristeza que son tildados como negatividad. La sociedad se transforma en una máquina de rendimiento autista. La depresión es la manifestación de la lucha del alma por manifestarse cuando no puede hacerlo y no cesan los reproches internos a uno mismo ni se puede detener la autoagresión.
Esta sociedad del cansancio también se está convirtiendo en la del dopaje para rendir más y mejor: la cocaína que nos hace invencibles al cansancio y a la debilidad es la droga de la época, así como los antidepresivos nos permiten evitar el dolor y seguir activos, sin detenernos a llorar. El cuerpo se define como una máquina de rendimiento, no como un templo de sensaciones ni una caja de resonancia que nos permite percibir, sentir, contemplar y disfrutar del mundo.
Extracto de mi libro ‘Nacidas para el placer. Instinto y sexualidad en la mujer’ (Editorial Rigden-Institut Gestalt)
[1] Han, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder, 2012, p. 28.
[2] Ehrenberg, Alain. La fatiga de ser uno mismo: depresión y sociedad. Buenos Aires: Nueva Visión, 2000.
[4] Nietzsche, Friedrich. Humano, demasiado humano. Madrid: Akal, 2007, p. 180.
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